Antes se comía mejor

by ME Microorganismos Efectivos   ·  6 años ago  
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Las famílias se alimentaban mucho mejor, de forma natural. Era casi imposible conseguir un alimento fresco que no fuera de temporada, la carne era cara y se ponía mala en poco tiempo, se comía más tubérculo, legumbres, verduras y hortalizas. Por pura lógica y tradición funcional, estos handicaps obligaban a cierta planificación, cierto conocimiento de cómo tratar, cocinar, recolectar y conservar los alimentos.

No se sabía tanto de nutrición, dietas mediterráneas, alcalinas o hipercalóricas. Tampoco había tantas alergias, intolerancias y diabetes.

Las famílias se alimentaban mucho mejor, de forma natural. Era casi imposible conseguir un alimento fresco que no fuera de temporada, la carne era cara y se ponía mala en poco tiempo, se comía más tubérculo, legumbres, verduras y hortalizas. Por pura lógica y tradición funcional, estos handicaps obligaban a cierta planificación, cierto conocimiento de cómo tratar, cocinar, recolectar y conservar los alimentos.

¿En qué momento perdimos el camino? Es fácil: los alimentos no sufrían tantas alteraciones y manipulaciones oscuras: transporte internacional de productos frescos, congelación, pesticidas, antibióticos, sueros…

Hoy se hace todo lo necesario para que los consumidores tengamos acceso a todo tipo de productos atractivos y los compremos periódicamente,  como si fueran propios de la temporada y la zona que ocupamos. Tenemos a nuestra disposición un gran catálogo de consumibles, manipulados de mil formas,  ideados para seducir nuestro monedero al coste de la salud personal y medioambiental, y funciona.

El objetivo ya cumplido es el beneficio económico y el perjuicio es nuestra salud y la del entorno. La indústria alimentaria hoy en día es un villano sin escrúpulos.

Actualmente está plenamente aceptado y demostrado que nuestros intestinos contienen millones de seres vivos a los que llamamos microorganismos. Son bacterias, pequeños bichitos que tienen un papel vital no sólo en cómo digerimos, sino en cómo sacamos partido de lo que consumimos.

Todo lo que creemos que sabemos

Tenemos claro que deberíamos llevar una dieta equilibrada, sabemos que cuando no hay tiempo, tiramos de soluciones rápidas y que más tarde pasarán factura. Somos perfectamente conscientes de si estamos comiendo bien o no, de si nuestro cuerpo, la digestión o la energía, están en los niveles que deseamos. Entendemos la relación “eres lo que comes” porque así la sentimos.

Del primero al último, tenemos la comprensión primaria de cómo funciona el asunto: comemos, digerimos y defecamos. Entendemos que hay una relación directa, casi inmediata,  entre lo que hemos comido y el aspecto de la materia fecal. Pero de la fase intermedia, la digestión, es una laguna misteriosa en la mayoría de las mentes.

Masticamos, tragamos y en el estómago se refina el alimento triturado que acabará pasando al largo y curvo camino que son los intestinos hasta salir en el momento de ir al baño, completamente irreconocible, procesado. Todo muy mecánico.

Ciertamente, pasan muchísimas más cosas en esta fase intermedia, que además, no es una fase intermedia sino una de las más vitales de las que ocurren en nuestro organismo. Deberíamos interesarnos más allá del “lleno o vacío” que usamos para saber cuándo comer, y del “se siente bien o se siente mal” para saber qué comer.

Actualmente está plenamente aceptado y demostrado que nuestros intestinos contienen millones de seres vivos a los que llamamos microorganismos. Son bacterias, pequeños bichitos que tienen un papel vital no sólo en cómo digerimos, sino en cómo sacamos partido de lo que consumimos.

Sabemos también que esta población microscópica tiene una variedad importante de seres que nos interesa que dominen en número para la salud de nuestro tracto digestivo.


Numerosos estudios revelan que favorecer a esta población beneficiosa de bichitos para que sea dominante, repercute directamente en nuestra salud física y emocional.Optimizan la absorción de nutrientes y básicamente, nos alegran la vida.


Un ejemplo clarísimo lo encontramos cuando nos recetan antibióticos. Acostumbra a ser un tratamiento de varios días y la mayoría de veces, a mitad del tratamiento ya estamos sintiendo las clásicas alteraciones en nuestra forma de digerir, en las deposiciones, cierto abatimiento, reflujos o hongos.

Ya es habitual que nuestro médico de cabecera, el farmacéutico o el dentista, aconsejen probióticos durante un tratamiento con antibióticos. Antiguamente se aconsejaba comer yogures, ya que la fermentación de la leche que da como resultado un yogur, no es más que probióticos, estos microorganismos vivos que tanto nos favorecen.

Tomar probióticos es la forma de fortalecer los microorganismos beneficiosos que nuestro cuerpo ya posee para hacer frente a la agresión que supone un tratamiento a base de antibióticos.

Otro caso clásico en que los probióticos se convertirán en un potente ejército aliado es la diarrea. Sea cual sea su orígen, estará causando un desequilibrio brutal en la formación original de nuestra población de microorganismos, la flora intestinal.

Otra vez, tomar probióticos es la mejor forma de reestablecer la normalidad en nuestro cuerpo.

Pero entonces, ¿solo se toman probióticos para luchar contra contratiempos digestivos?

Es una opción. Será efectivo, natural y sin contraindicaciones, y una vez superado el problema en cuestión, nos encontraremos bien y podremos volver a los hábitos de siempre. Aun así, es lógico y acertado pensar que todos estos beneficios, instalados de forma permanente en nuestro organismo serían muy positivos a muchos niveles, mucho más allá de los de salvar una situación. 


Contar siempre con este ejército aliado defendiendo el territorio que es nuestro organismo abre una nueva dimensión en la salud: la prevención.


Tomar probióticos a diario significaría que estamos nutriendo directamente a nuestros microorganismos para que estén tan sanos y fuertes, que la próxima agresión podría pasarnos incluso desapercibida.

No estamos diciendo que jamás volveremos a enfermar, pero sí que afirmamos que nuestro cuerpo se hará mucho más resistente, no sólo a los virus y a los antibióticos, también a las agresiones a las que estamos expuestos de forma permanente como la contaminación, los alimentos procesados, el estrés, el desequilibrio de la dieta, etc. y que debilitan constantemente nuestra población de bacterias beneficiosas.

En resumen, es cierto que antes se comía mejor, la forma de obtener los alimentos era mucho más natural aunque también los compráramos en una tienda. Las limitaciones técnicas, logísticas, etc. de la época, de hecho nos protegían.

Debemos ser conscientes de cómo se producen y manipulan los productos que consumimos, saber descartar aquello que es dañino o poco aconsejable y tener el conocimiento suficiente del montaje para bloquearlo.

Cualquier ayuda es buena, y los probióticos son la ayuda ideal, pensando en una salud a largo plazo, para cuidar la vida.